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El «no-lugar» como refugio

Posted by on 11/04/2018

 

El concepto inventado y generalizado de no-lugar vinculado al viaje turístico fue, y es, objeto de crítica negativa por parte de los especialistas que defienden la autenticidad de los espacios visitados, de las formas de vida y cultura local. Por tanto, para ellos el no-lugar, entendido como espacios construidos sin identidad, es decir, sin vinculación al territorio que los acoge, es ajeno a la autenticidad que busca y demanda el nuevo turista, más formado, que valora la diversidad cultural y los recursos propios, únicos, del destino turístico. Ejemplos de no-lugar para el turismo son los centros comerciales contemporáneos, los aeropuertos y las estaciones de tren recientemente construidas. Todos estos espacios tienen una estructura similar y son producto del capitalismo global occidental dominantes. En definitiva, son iguales en todas partes del mundo, si no iguales, tan similares que cualquier persona acostumbrada a espacios similares en su lugar de origen, se orienta fácilmente en ellos en cualquier otro país del mundo. Lo entiende, se identifica. Esto es, precisamente lo que destaca como elemento de gran atracción para el turismo. 

La afirmación anterior sobre el nuevo turista, ese viajero que comprende y aprecia el destino en su conjunto, que busca y valora la alteridad, lo real, lo propio y auténtico del lugar que visita, no es del todo cierta. Al menos no lo es tal y como los académicos nos insisten en señalar para justificar la afirmación de que algo está cambiando en el turismo mundial. Prueba de ello es la proliferación y éxito de los llamados no-lugares.

Hay dos elementos relacionados de los que sólo me centraré en el segundo: por un lado, la generalización de la forma de vida occidental en todo el mundo , por otro lado, el turista postfordista, cualificado, etc. tiene un perfil muy claro: hombre, occidental, de edad joven o mediana y con elevada capacidad de gasto. En determinados destinos emergentes -y con elevadísimas oportunidades de desarrollo de la oferta turística- esto es más evidente en los países árabes, América Latina y Caribe, Sudeste asiático. Las mujeres solas siguen siendo aventureras y arriesgan su seguridad personal en estos países. Tienen miedo. Viajan, valoran, conocen, pero son más precavidas, temen, les es difícil insertarse en la cultura local. A algunos hombres también les ocurre, el choque cultural, la idea previa al viaje -occidentalizada, capitalizada- no se corresponde con lo que encuentran en destino. De nuevo, ello no significa una mala experiencia -aunque podría serlo-, sino un impacto inesperado. En ese contexto, el no-lugar es un salvavidas. Se trata de espacios seguros por conocidos, porque sus códigos son familiares, fáciles de interpretar. Ese es su éxito. Nos guste o no, eso es importante para el turista, para la mayoría inmensa todavía… Eso es lo que hay que facilitar: espacios de seguridad, de descanso mental frente al choque cultural. un centro comercial, un hotel estandarizado, un aeropuerto… lo consiguen.

La experiencia turística, pues, no es lineal, no es tan evidente ni tan maniquea como algunos eruditos la retratan. Los seres humanos somos eclécticos, heterogéneos en nuestras sensaciones y en nuestros pensamientos. Mucho más los turistas que se arriesgan al proceso del viaje con la esperanza del regreso pero sin la seguridad del mismo. Asideros, espacios familiares, seguros, que, además sean originales y auténticos, que generen desarrollo local y empleo. Esa parece ser la clave y algunos grandes destinos en expansión así lo han entendido.

La realidad, el éxito de estos espacios, a los que se suman otra modalidades como por ejemplo los parques temáticos, de nuevo superan, como en tantas ocasiones, la ficción científica.

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