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DESARROLLO SOSTENIBLE, CIUDAD Y GEOGRAFIA

Posted by on 01/08/2018

Tras más de 20 años de la generalización del concepto de desarrollo sostenible, a partir de la Cumbre de la Tierra de 1992, el ámbito social sigue siendo el menos definido y el que toca aspectos más transversales, y, por ello, menos evidentes. La dificultad para su definición oculta problemas de plasmación en hechos o acciones concretas me mejoren directamente la calidad de vida de las personas. Según resolución aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 27 de julio de 2012, “es necesario lograr el desarrollo sostenible promoviendo un crecimiento sostenido, inclusivo y equitativo, creando mayores oportunidades para todos, reduciendo las desigualdades, mejorando los niveles de vida básicos, fomentando el desarrollo social equitativo y la inclusión, y promoviendo la ordenación integrada y sostenible de los recursos naturales y los ecosistemas, que contribuye, entre otras cosas, al desarrollo económico, social y humano (…)” (p.2). El campo de acción es tan amplio y, a la vez, tan complejo, que ha dado lugar a escasos análisis comprehensivos.

Desde la Geografía, la perspectiva de la sostenibilidad social ha sido abordada, de manera no siempre consciente, como la búsqueda de la equidad espacial. Las consecuencias sociales de la misma siempre han estado presentes entre los investigadores. La equidad espacial es tan sólo una parte, probablemente pequeña, de la sostenibilidad social, pero una parte sólida, con propuestas de acción concretas y que a escala local y regional ha tenido, y seguirá teniendo, impactos concretos.

Harvey (1973) fue uno de los primeros geógrafos en definir el término equidad espacial o también llamado justicia espacial. Ésta, la justicia espacial, debe perseguir los siguientes objetivos: responder a las necesidades de las personas de cada territorio, asignar los recursos de forma que se maximicen los efectos multiplicadores espaciales y asignar los recursos extra para ayudar a superar los problemas originados por el entorno físico y social. La justicia espacial se encuentra ligada a la accesibilidad y también de otros factores como el tamaño de la oferta, el grado de disponibilidad de los servicios, etc. Tanto la eficiencia como la equidad espacial son  de especial relevancia para los servicios públicos, como se viene señalando.

Los servicios públicos no son en todas partes igualmente accesibles, es decir, el espacio introduce algunas formas de exclusión. Las áreas metropolitanas, en su complejidad, presentan unas situaciones de desequilibrio, en ocasiones, especialmente notables. Para intentar que estas exclusiones fueran las menos posibles y conseguir una más justa distribución sobre el espacio se elaboraron algunos modelos de localización que incorporan criterios como la utilidad pública (número de personas que utilizan el servicio) o los costes de desplazamiento.

Por otra parte, el espacio no es homogéneo, en el sentido de su estructura humana. La mayor parte de la población se concentra en zonas urbanas. Son las ciudades las principales proveedoras de trabajo, creatividad, innovación y calidad de vida en un mundo globalizado. Aunque la revolución urbana que se está dando coincide con un momento de revalorización de la ciudad compacta y de gran capacidad tecnológica y cultural para la participación y el desarrollo de la democracia real, especialmente en los entornos urbanos y metropolitanos,  la realidad es que no se está respondiendo a las consecuencias de procesos que están provocando fuertes desigualdades, como la generación de espacios fragmentados y socialmente segregados. El llamado crecimiento urbano inteligente considera la sostenibilidad como la base para la planificación urbana, sin embargo, su orientación hacia la gestión del crecimiento y los aspectos medioambientales parece dejar un poco de lado los problemas de equidad social. Las aglomeraciones urbanas son el escenario idóneo para el desarrollo de políticas de sostenibilidad por cuanto éstas deben orientarse indudablemente hacia la búsqueda de una mejor calidad de vida en equilibrio con un dinamismo económico en un contexto de gran diversidad de formas de vida y trabajo, usos del suelo, variedad productiva, competencia exterior, complementariedad con el mundo rural, etc.

La estructura funcional y social de los espacios urbanos más complejos, las áreas metropolitanas, explica, en gran medida, la organización del espacio vital de las personas, y, por tanto, su calidad de vida. Un fenómeno bastante generalizado en las áreas metropolitanas es el de descentralización, sin embargo, en muchos casos se da  con la paradoja de que la ciudad central no pierde peso económico ni especialidad funcional. En el último cuarto de siglo,  la población se ha desplazado desde núcleos densamente poblados hacia ciudades medianas y pequeñas cercanas, que cuentan, generalmente, con bajas densidades y precios del suelo más asequibles. Ello ha supuesto un desplazamiento desde las áreas centrales hacia las coronas metropolitanas, movimiento muy vinculado a la existencia y mejora de infraestructuras de transporte que han contribuido claramente a agudizar el proceso de suburbanización y a la consolidación de una estructura policéntrica. Ello ha supuesto, además, el aumento de la intensidad de la demanda de movilidad diaria por motivos de trabajo, estudio y ocio.

La equidad espacial ha sufrido variaciones a lo largo de todo el proceso de crecimiento económico y urbano. Sin embargo, no todas las áreas son iguales. Los diversos procesos actuales relacionados con el incremento de la movilidad de las personas, la suburbanización de los empleos y el rápido crecimiento inmobiliario –actualmente estancado por la crisis económica- han dado lugar a un cambio en la delimitación de las áreas urbanas. Los límites administrativos de los municipios no son límites vitales. La ciudad vivida supera ampliamente estas fronteras y obliga a una delimitación de estos ámbitos que impone (o lo hará en un futuro no lejano) nuevas formas de cooperación territorial para dar respuesta a las demandas de la población. La gobernabilidad de dicho territorio debería adaptarse a su complejidad para ser más eficaz y responder de manera más adecuada a los nuevos problemas y realidades que emanan de la misma.

En las áreas metropolitanas confluyen el desarrollo económico, la creatividad, la innovación, las nuevas tecnologías y el desarrollo sostenible, aunque no son las únicas que se benefician de estas ventajas comparativas, también las ciudades medias, a otra escala, están experimentando procesos similares. Las ciudades y las áreas metropolitanas se enfrentan a importantes retos como son los al cambio demográfico, los impactos medioambientales, el cambio climático, la participación social desigual y la creciente movilidad individual. Acometer y conseguir adecuados parámetros de sostenibilidad en estos territorios es realmente complejo y una preocupación para analistas y políticos que desean conocer cuál es el límite por debajo del cual no se alcanzan unos niveles mínimos de sostenibilidad, al mismo tiempo que contribuyen a dibujar el camino para un crecimiento adecuado y sostenible, con una especial mención a los aspectos sociales .

Los indicadores que miden la sostenibilidad urbana no son piezas aisladas de información, sino que forman parte del proceso de desarrollo y la evolución propia de las áreas urbanas. Ello les concede un enorme potencial para entender los procesos a nivel local (Seghezzo, 2009) y tratar de superar, como indica Turcu (2013) la ampliación de la brecha existente entre lo que entienden los técnicos por desarrollo sostenible y lo que viven los ciudadanos, quedándose las posibles propuestas en el ámbito meramente científico sin traspasar a la arena de la acción pública y el cambio social. Entre esos indicadores, de han desarrollado indicadores de crecimiento económico y de equidad social . Algunos de ellos están relacionados con la mejora de los transportes y las telecomunicaciones que permiten realizar de manera cotidiana actividades en puntos alejados entre sí (Garrido Palacios, 1998). Las pautas de localización de las actividades económicas (incluidas las terciarias) determinan la movilidad y genera grandes posibilidades de planificación para el transporte público y privado. La suburbanización estimula el uso del automóvil para la movilidad, fenómeno claramente dominante en la evolución de todas las ciudades, pero gran consumidor de territorio, energía y tiempo. Por tanto, a nivel local, la localización de servicios y equipamientos vinculada al desarrollo de redes físicas (de carreteras, ferrocarril, metro…) y a la oferta de un adecuado servicio de transporte público supone una clara posibilidad para la acción pública. A ello se une el hecho que uno de los impactos más importantes y menos deseados ha sido la inflación del valor del suelo y de la propiedad cuya consecuencia más relevante, por lo irreversible, es la segregación social. Cuando las personas ven mermadas sus posibilidades de acceder a un nivel de calidad de vida determinado, los procesos de planificación son, no sólo fuertemente criticados sino también ineficientes. Las periferias urbanas y, particularmente, las metropolitanas adquieren especial relevancia, pues allí se dan pautas de movilidad dispares que generan estructuras urbanas muy diversas –y también son causadas por las mismas- con consecuencias en la calidad de vida de la población y en el grado de sostenibilidad del área.

El área metropolitana es, pues, un interesante laboratorio para la generación de dinámicas provocadas por la actuación pública a partir de decisiones relativamente sencillas como son la localización de un nuevo centro de servicios o la ampliación del transporte público. Resulta incuestionable la necesidad de una planificación conjunta, en áreas en las que la población no entiende de límites internos y en las que la calidad de vida se percibe de manera conjunta. Elementos como la contención del crecimiento, con las llamadas “smart cities”, las eco-ciudades y el transporte sostenible (promoción del uso de vehículos no motorizados y peatonalización) han sido las respuestas con mayor impacto en las políticas urbanas actuales, sin embargo, las aplicaciones prácticas han tenido un éxito muy desigual. Por todo ello, todavía parece quedar mucho camino por recorrer en la búsqueda de la equidad territorial y social en las áreas urbanas, en definitiva en la mejora de la calidad de vida de todos los ciudadanos sin discriminación.

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